Encabezado
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Número 550

28 de octubre de 2020

LAS INSTITUCIONES DEBEN PRIORIZAR LA SALUD MENTAL DE SUS COMUNIDADES

*María Elena Medina dictó la conferencia magistral Impacto del COVID-19 en la salud mental.

¿Qué podemos esperar?
 
*La charla formó parte de la Primera Semana Universitaria de Bienestar Comunitario y Salud Mental, organizada por la UAM 

La edad joven –que coincide con la de la mayoría de los universitarios– es una etapa de riesgo de sufrir algún trastorno mental, en particular ante la pandemia del virus SARS-CoV-2, por lo que es ineludible que las instituciones trabajen en modelos de atención de sus comunidades, consideró la doctora María Elena Medina Mora, directora de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional Autónoma de México.
 
Al participar en la Primera Semana Universitaria de Bienestar Comunitario y Salud Mental: respuestas ante la COVID-19, organizada por la Universidad Autónoma metropolitana (UAM), la especialista dijo que la contingencia sanitaria impone “una nueva realidad para la que nos tenemos que preparar”, pues el confinamiento ha durado más tiempo del esperado, hay más contagios, secuelas, nuevos brotes “y no tenemos todavía una solución, por lo que tendremos que aprender a cuidarnos y otorgar a nuestros alumnos las condiciones de seguridad que necesitan”.
 
Durante la conferencia magistral Impacto del COVID-19 en la salud mental. ¿Qué podemos esperar? agregó que además de la conmoción de los padecimientos crónicos no tratados, está la enfermedad mental con adicciones y secuelas, por lo que tratarla no será suficiente, ya que deben tomarse en cuenta los determinantes sociales que se asocian con ella.
 
Un reto importante es reparar en los duelos múltiples y prolongados, pues la crisis de salud “nos ha acercado con la muerte y ésta a su vez con ansiedad y depresión, así como con la necesidad de ayudar a las personas”, pero para alcanzar ese objetivo es preciso conocer a los estudiantes, “porque si no atendemos sus necesidades no vamos a mejorar”.
 
Algunos pidieron ayuda por trastornos, por estrés, por carecer de los ambientes propicios para estudiar, por reprobar un examen u otras situaciones asociadas con la vida diaria que les impedía un desarrollo, un desempeño y una ejecución como antes.
 
Por lo tanto, se requiere vigilar no sólo la parte vinculada con la enfermedad, sino “sus necesidades y nosotros debemos tenerlas en cuenta”, por ejemplo, facilitando la titulación exitosa “porque para ellos es muy importante, es una fuente de estrés muy grande”.
 
Los alumnos de Medicina, Enfermería y Psicología que están en las clínicas se encuentran en “especial riesgo, pero existen intervenciones adecuadas para solventar sus prioridades académicas, entre ellas aprovechar la tecnología y ofrecerles una atención global, sobre todo cuando están sufriendo una crisis, ya sea producto de alguna vulnerabilidad o generada por la edad”.
 
La doctora Medina Mora señaló que en general hay un incremento de la población que sufre trastornos mentales y de acuerdo con la doctora Corina Benjet, quien hizo un seguimiento de adolescentes durante ocho años, en relación con los jóvenes en 2001, “hay un crecimiento de estos males, en particular por uso de sustancias, es decir, los jóvenes de ahora están más afectados que los de hace 20 años”.
 
En otros estudios con población universitaria de siete instituciones se registran problemas de depresión y ansiedad, más en mujeres que en hombres; abuso de sustancias, más en ellos que en ellas “y, al final, una tercera parte del total cumple con cualquier diagnóstico que afecta su bienestar –ya sea con perturbaciones leves que pueden resolverse con programas de autoayuda o trabajo en talleres, hasta las más graves que requieren tratamiento– sin embargo, de toda esta gente que ha tenido una prescripción y podría tener alguna intervención sólo 19.5 por ciento ha ido a terapia.
 
Para saber qué ha pasado durante la pandemia con los universitarios se cuenta con una encuesta telefónica sobre el posible incremento de adicciones realizada en la primera etapa de la crisis sanitaria por el Instituto Nacional de Salud Pública y para contar con un modelo completo deben atenderse determinantes sociales de riesgo, incluidos el demográfico, económico, medioambiental, cultural y social, con opciones de tratamiento, los cuales tendrían que trabajarse de manera conjunta.
 
Por ejemplo, en el caso del género la sobrecarga de trabajo, la violencia de pareja y la discriminación explican el malestar que podría convertirse en un trastorno mental “y hay intervenciones potenciales que han sido probadas y funcionan”.
 
En el caso de la pobreza, la molestia es por las vicisitudes continuas y diarias a que se enfrenta la población que no cuenta con recursos suficientes para alimentar a la familia o tener una casa digna.
 
Cada una de estas determinantes sociales tiene un trayecto asociado con el padecimiento, sin embargo, existen “intervenciones que han sido probadas y entonces la situación se concentra en los recursos para poder llevarlas a todos y aprender cómo ayudar a que acepten un tratamiento”.
 
Lo anterior es importante porque según la Organización Mundial de la Salud es una inversión muy rentable, ya que antes de la pandemia casi mil millones de personas en el mundo vivían con trastornos y la pérdida económica por no tratarlos era de un millón de dólares anuales, empero el retorno de esa inversión sería que por cada peso que se gasta, por ejemplo, en el tratamiento de depresión y ansiedad se recuperan cinco y, en el caso del abuso de sustancias, seis pesos.
 
Por ello son necesarias las intervenciones comunitarias, promover la salud física, trabajar prácticas adecuadas de parentalidad, mejorar la comunicación y educar a los niños con afecto, además de impulsar estrategias de estimulación y habilidades socioemocionales, todo lo cual puede hacerse desde casa y probablemente incorporarse a las instituciones.
 
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