Imprimir
Número 531
15 de diciembre de 2016

CONTRIBUYE PALEONTOLOGÍA A REPRODUCIR UNA IMAGEN MACHISTA

*El androcentrismo se manifiesta en la reproducción de estereotipos en el estudio de la evolución del ser humano como especie y, en general, en la marginalización de la mujer
 
*Ante un hallazgo casi siempre se designa como macho al ejemplar de mayor tamaño, al que presenta las características de fuerza y poder que la sociedad atribuye a lo masculino

La paleontología contribuye a reproducir una imagen machista o de superioridad del hombre sobre la mujer al presentar un discurso androcéntrico, aquel que define la mirada masculina en el centro del Universo, señaló la doctora Cristina Corona Jamaica.
 
La subdirectora de Paleontología de la Coordinación Nacional de Antropología del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) dijo que esta disciplina no ha sido la excepción del androcentrismo que caracteriza nuestra sociedad –sexismo, etnocentrismo, racismo, clasismo– que tiene una influencia capital en el desarrollo de “todas” las disciplinas, al impregnarlas de una serie de valores y prejuicios, desde la investigación e interpretación hasta su práctica cotidiana.
 
En el marco del XII Congreso Internacional de Estudios de Género, organizado por la Unidad Azcapotzalco de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) y realizado en el Centro Cultural Isidro Fabela, la arqueóloga especialista en prehistoria presentó la ponencia ¿Es posible una perspectiva de género en la Paleontología?, desarrollada en coautoría con el doctor Luis Abejez García, catedrático de la Universidad de Barcelona.
 
El androcentrismo se manifiesta en la práctica paleontológica del lenguaje, los conceptos y las imágenes utilizados para describir e interpretar los hallazgos y para transmitirlos, así como en la reproducción de estereotipos en el estudio de la evolución del ser humano como especie y, en general, en la marginalización de la mujer y de su papel en estos temas.
 
La doctora en Paleoantropología expuso que ante un hallazgo casi siempre se designa como macho al ejemplar de mayor tamaño, al que presenta las características de fuerza y poder que la sociedad atribuye a lo masculino.
 
Es el caso del comportamiento inferido para el Pachycephalosauro, un dinosaurio del Cretácico con un cráneo engrosado en su parte superior, similar al de los carneros, del que se piensa sirvió para embestir a otros machos en sus luchas territoriales y por las hembras.
 
Ocurre lo mismo con las características físicas llamativas asociadas con el cortejo previo al apareamiento, que también se asignan a los machos, “porque reflejamos en ello el comportamiento que nuestra sociedad espera del sexo masculino”.
 
Este tipo de asociaciones se realiza a menudo a pesar que las evidencias sean inciertas, que la cantidad de restos fósiles no sea representativa, que no haya ejemplares completos, que los huesos no definan el sexo o incluso que haya en la naturaleza moderna suficientes ejemplos de signo contrario.
 
Por ello, siempre es muy aventurado sacar conclusiones y relacionar las características físicas con el sexo, aunque se suele hacer, al menos hasta que las evidencias son lo suficientemente contundentes para descartarlo.
 
Como ejemplo puso el caso del Tyrannosaurus rex pues durante mucho tiempo se creyó que los machos eran más grandes que las hembras; en la actualidad se piensa que tanto machos como hembras eran de un tamaño similar, y que las diferencias se deben a variaciones geográficas o a la edad.
 
Un caso interesante de extrapolaciones subjetivas se refiere al cuidado de la progenie, pues se creía inexistente –como en algunos reptiles actuales– o que quienes las cuidaban eran las hembras, ignorando que en las aves, sus descendientes directas, es común que sean los machos los que empollen y cuiden de las crías.
 
Otro ejemplo es como se identificó el cráneo de un Hadrosaurio al que se le llamó Maiasaura peeblesorum, en griego “reptil buena madre”. Es decir, se definió intencionadamente en femenino aunque no se conocía su sexo, simplemente por interpretar que cuidaba de las crías; hubo una inferencia a partir de un estereotipo.
 
En cuanto a la lectura del proceso de hominización, que ya es una declaración de intenciones, hasta hace poco se ha centrado en la figura del hombre-cazador, al creer que la caza fue clave en el desarrollo del bipedismo y del lenguaje, y que al proporcionar las proteínas necesarias para aumentar el tamaño del cerebro convirtió al hombre en hombre-creador, el Homo habilis.
 
Este enfoque, indicó la también doctoranda en Historia, en donde el papel femenino es irrelevante, “manifiesta el carácter androcéntrico de la paleoantropología, y fundamenta y legitima sobre una supuesta base científica una ideología sexista que defiende la subordinación de la mujer moderna como resultado de un proceso biológico y natural”.
 
Por otro lado, la paleontología designa con el género Homo a todas las especies humanas, desde el Homo habilis al Homo sapiens. Y se justifica con el argumento que es un sustantivo genérico que incluye a los dos sexos.
 
Igualmente, en las imágenes de divulgación, el hombre es la figura dominante, el protagonista de la historia, y se muestra una división sexual del trabajo en la prehistoria que nunca se ha confirmado arqueológicamente.
 
“Esta manera de ver el pasado desde solamente una mirada, la masculina, se transmite y difunde al público hasta infiltrarse en todos los niveles, desde una explicación científica a la educación general”, agregó.
 
Es decir “esta mirada, también, ha penetrado y muy profundamente, en el cine, la televisión o el cómic”, en donde se repiten estereotipos y se cosifica el cuerpo de la mujer, transportándolos al pasado, incluso a épocas tan remotas como “Hace un millón de años”, reproduciendo el actual modelo sexista, el humor, los chistes, y lo mismo pasa al representar la perspectiva de género en los museos con evidencias paleontológicas y prehistóricas en la Ciudad de México.