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Número 201
24 de junio de 2015
LA VIOLENCIA, NATURALIZADA

*El psicólogo requiere de una formación profesional sólida para trabajar en cada vez más frecuentes situaciones dramáticas de dolor, como es el secuestro

 

*Sería oportuno ofrecer a la población cursos de psicología básica para la intervención en crisis, para que sepa cómo proceder ante un evento traumático o ante una víctima

 

A nivel social se presenta una naturalización de la violencia que hoy parece normal en sus manifestaciones más extremas; ante este fenómeno adverso, el psicólogo requiere de una formación profesional sólida para trabajar con mayor frecuencia en situaciones dramáticas de dolor, como el secuestro, señaló la maestra Isabel del Rosario Stange Espínola, profesora-investigadora de la Facultad de Psicología de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

 

En el ciclo de conferencias sobre Temas de Psicología Social, convocado por el Área de Procesos Psicosociales de los Fenómenos Colectivos de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Stange Espínola dijo que “la intervención de cualquier psicólogo, ya sea clínico, educativo, social o laboral requiere estar actualizada respecto a los temas que inciden en la sociedad” Pero también, agregó, sería oportuno ofrecer a la población cursos de psicología básica para la intervención en crisis, con el objetivo de que sepa cómo proceder ante un evento traumático o ante una víctima.

 

La psicóloga comentó que ante un clima de desmesurada violencia y pérdida de confianza sólo queda “asumir la realidad, seguir confiando en el ser humano, pero cuidándose”. “Hay que aprender a vivir afrontando todo. La vida son cosas buenas, malas y muy malas, y si pasa algo, hay que trabajar muy fuerte para superarlo”.

 

Si bien existe un trabajo consolidado en la academia, producto de coloquios, seminarios y congresos donde se revisan y actualizan nuevos enfoques, técnicas y métodos de afrontar la crisis, la magnitud del problema es mayúscula, indicó.

 

Rosario Stange Espínola expuso que por ello se demanda una política pública que aborde como principio la preparación de la población sobre el tema de los primeros auxilios psicológicos.

 

La desaparición forzada es una situación extrema cuando la persona percibe que algún familiar o ella misma es secuestrada; es un acto involuntario donde se muestra la fragilidad del ser humano, el desconocimiento, el conflicto de las emociones, la ruptura del tiempo, de vida y la comunicación hacia el interior de la familia.

 

La maestra en orientación familiar sostuvo que todo aquel que es severamente agredido o privado de su libertad no debe ser tratado como una víctima, sino como un superviviente porque así se coadyuvará mejor a potencializar sus capacidades para superar la mal experiencia.

 

“La desaparición forzada afecta, tanto a quien la padece, como a familiares y amigos; impacta en la totalidad de la vida del ser humano, en el contexto en el que se desenvuelve, su conducta, en los procesos cognitivos, afectivos, en su medio social, ambiental, histórico-cultural y biológico”.

 

Stange Espínola señaló que la desaparición forzada por secuestro adquiere dimensiones especiales si se considera: lo inesperado, lo inexplicable, que sea provocado por otro individuo generando una sensación de vulnerabilidad y desesperanza.

 

Las repercusiones emocionales, cognoscitivas y conductuales del secuestrado son: el miedo a morir –que incluso se mantiene aún después de haber sido liberado– trastornos en su funcionamiento habitual en pensamientos, emociones, conductas o en sus relaciones sociales.

 

Problemas de salud, sentimientos de impotencia y sumisión, fragilidad, desesperanza, temor exacerbado a morir, pensamiento confuso respecto a lo que sucede en el entorno, dificultad para ordenar las ideas y la selección de respuestas alternativas derivadas del miedo.

 

Las personas que se han visto sometidas a situaciones traumáticas pueden presentar algunos síntomas específicos como evadir los pensamientos o sentimientos que puedan provocar el recuerdo traumático; distanciamiento de las demás personas y pérdida de interés por actividades que anteriormente resultaban atractivas.

 

Disminución de la capacidad de sentir ternura o establecer intimidad; re-experimentación del suceso traumático, lo que hace que el individuo tenga que luchar contra pensamientos de tipo recurrente, repetitivo o sueños angustiantes.

 

Además de síntomas de incremento de la activación emocional con dificultades para concentrarse, hipervigilancia, trastornos del sueño; problemas asociados al trastorno del estrés postraumático: depresión, ansiedad u otros trastornos de comportamiento; reacciones emocionales dolorosas, tristeza, ira, ansiedad; síntomas de regresión y dependencia, aislamiento o incremento de la apatía y el síndrome del Sobreviviente o Síndrome de Estocolmo.